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¿Qué pasa en Venezuela?

Miles de personas participaron este miércoles en Venezuela en masivas movilizaciones convocadas por la oposición contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro.

Estas manifestaciones se convocaron a propósito de la conmemoración del 61º aniversario del 23 de enero de 1958, cuando se produjo el derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez, líder del último gobierno militar que tuvo Venezuela.

Además, la movilización buscó mostrar respaldo a la propuesta del presidente de la opositora Asamblea Nacional, Juan Guaidó, de impulsar el establecimiento de un gobierno de transición que convoque a nuevas elecciones.

Durante la jornada de hecho, Guaidó se proclamó “presidente encargado” de la República alegando que Maduro está usurpando el poder por haber sido electo en unas elecciones que la oposición considera fraudulentas y que no fueron reconocidas por Estados Unidos, la Unión Europea y la mayor parte de los países latinoamericanos.

Aunque el oficialismo afirma que fueron absolutamente legítimas y que Maduro asumió con el 67,84% de los votos.

Respaldo internacional a la oposición

En ese marco, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y varios de sus homólogos del continente mostraron su respaldo a Juan Guaidó. También el Grupo de Lima, integrado por 14 países, emitió un comunicado de respaldo a Guaidó pero solo a nombre de 12 de sus integrantes: Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú y Ecuador.

México, uno de los integrantes del grupo, ya anunció que mantendrá relaciones con el gobierno «legítimamente electo» de Nicolás Maduro. Guyana y Santa Lucía no se pronunciaron, y Bolivia y Cuba, por su parte, anunciaron que también seguirán reconociendo el gobierno de Maduro.

Las marchas se celebraron en decenas de ciudades alrededor del país, se registraron al menos cuatro muertos al cierre de esta edición, y tuvieron una asistencia masiva como no se veía desde la ola de protestas antigubernamentales de 2017.

Un proceso desatado

La oposición venezolana pasó -en solo unos días- de la desesperanza, la división y la indecisión, a tomar las calles del país y a tener un «presidente encargado»; en la figura de Juan Guaidó.

Pocos lo esperaban. Como ocurrió durante las olas de protesta en 2014 y 2017, de repente millones salieron a las calles y reactivaron el viejo anhelo de una parte de la oposición: sacar al presidente Nicolás Maduro.

«Esta vez es diferente», dicen en una parte de la oposición, cercana a Guaidó. La principal diferencia es que esta vez la comunidad internacional está más involucrada en la disputa: no solo desconoce a Maduro como presidente, sino que reconoce a Guaidó como jefe del Ejecutivo. En la ecuación también está lo que ocurrió el 10 de enero.

Ese día Maduro inauguró un segundo mandato después de haber sido elegido, en mayo, en unos cuestionados comicios con alta abstención, sin la participación y el reconocimiento de la oposición ni la comunidad internacional.

Todo, en medio de la peor crisis económica en la historia del país, con la migración masiva de más de 2 millones de venezolanos a países limítrofes.

Ese mismo día, además, la AN, terminó controlada por la oposición pero fue declarada «en desacato» por el Tribunal Supremo de Justicia (también supuestamente cooptado por el chavismo), que nombró una nueva directiva y a un nuevo presidente.

Ahí es cuando entra en el escenario el joven Guaidó, un diputado antes prácticamente desconocido que quedó en la presidencia de la AN porque era el turno de VP.

«Todo esto encajó con una búsqueda de líderes nuevos y frescos; fue como un disparador de esperanzas» declaró ante la BBC Mundo Luis Vicente León, analista y encuestador venezolano.

La constante y compleja lucha contra el chavismo hizo que durante ese tiempo, prácticamente todos los líderes de la oposición se fueran difuminando. Mientras tanto, los diversos intereses entre ellos acabaron con una coalición que, en realidad, solo estaba unificada por la oposición al chavismo.

Durante el último año, la situación del país solo empeoró, cosa que se refleja en las grandes cantidades de venezolanos que salieron del país. Pero el descontento no fue aprovechado por un liderazgo que diera una idea de posible cambio. Hasta ahora, aparentemente.

Los militares

Otra diferencia entre el liderazgo opositor actual y el de años anteriores es el llamamiento a los militares a unirse a la causa. El martes, la Asamblea Nacional aprobó una Ley de Amnistía que en teoría daría a los militares un incentivo para colaborar en lo que llamaron el «restablecimiento del orden».

«Esto solo comienza», añade León. «Obviamente que Guaidó tendrá medido el impacto de su decisión (de juramentarse) y está claro también que EE.UU. está totalmente cuadrada, como el Grupo de Lima (sin México) y probablemente Europa», afirma el analista.

«Es un momento de pulso de fuerzas, pero la pregunta es si hay apoyo militar interno suficiente y qué fuerza está dispuesta a usar EE.UU. Sin militares internos, la cosa es bastante difícil», concluye.

El lunes, las autoridades venezolanas detuvieron a un grupo de militares que supuestamente estaban planeando rebelarse. Ya en el pasado hubo pequeños indicios de rebeliones dentro de las Fuerzas Armadas.

Esto, añadido a la invitación de Guaidó a que los militares se unan a la oposición, pudo haber hecho que volvieran las esperanzas. Pero, como siempre ha ocurrido sobre las Fuerzas Armadas venezolanas, saber si qué tan significativas son las fricciones en su interior es muy difícil.

De eso, en parte, depende si este renacimiento de la oposición volverá a generar desesperanza, división e indecisión. O si esta vez es diferente.

El papel clave que juega el Ejército

En un país que en 25 años vivió tres intentos de golpe de Estado y que atraviesa una grave crisis económica y política, es normal que muchas miradas estén puestas en el Ejército.

Y más después de cuatro meses de protestas, de apelaciones directas de la oposición a las Fuerzas Armadas, del ataque de un policía con un helicóptero en el centro de Caracas y del asalto el domingo al Fuerte Paramacay, en Valencia, por parte de un grupo de 20 hombres vestidos de militares.

En este último incidente, que fue descrito por las autoridades como un «ataque terrorista», hubo dos muertos, un herido y siete detenidos. Diez hombres siguen fugados con parte del armamento robado.

También sigue libre Óscar Pérez, el policía que atacó el 28 de junio con un helicóptero las sedes del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y del Ministerio del Interior.

El desastre económico y el fin del enemigo externo.

Según el analista Temir Porras Ponceleón, el período durante el cual Hugo Chávez presidió los destinos de Venezuela (1999-2013) estuvo marcado por logros indiscutibles, destacándose la reducción de la pobreza.

El chavismo también podría presumir de resultados más que respetables en aspectos en los que se lo esperaba menos, como el crecimiento económico: el Producto Interno Bruto (PIB), por ejemplo, se multiplicó por cinco entre 1999 y 2014.

Seguramente esto explica sus numerosos triunfos electorales y la longevidad de su hegemonía política. Este contexto permitió refundar instituciones esclerosadas mediante un proceso constituyente abierto y participativo, recurriendo a la vez de manera sistemática al voto popular –a un punto tal que el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva manifestó que en Venezuela “hay elecciones todo el tiempo y cuando no hay, Chávez las inventa”–.

A nivel regional, la Revolución Bolivariana contribuyó a hacer posible la “marea roja” que conquistó la región durante la primera década del siglo y llevó al poder a fuerzas progresistas, por la vía electoral, a menudo por primera vez en la historia de países que parecían decididos a terminar con su estatus de “patio trasero” de Estados Unidos.

No obstante, la muerte de Chávez (a los 58 años, en marzo de 2013) y la transición política que llevó al poder a su sucesor designado, Nicolás Maduro, en la elección presidencial anticipada del 14 de abril de 2013, inauguraron un nuevo período. Y embrollaron los puntos de referencia.

Desde 2014, Venezuela atraviesa la crisis económica más grave de su historia, que no solamente provocó una situación de angustia social, sino que también contribuyó a profundizar la polarización política que caracteriza al país desde hace dos décadas.

Ya se ha alcanzado un punto de ruptura entre el gobierno y la oposición que pone en riesgo el funcionamiento de las instituciones. Y el carácter excepcional de esta crisis se debe, a la vez, a su duración y a su severidad.

En 2018, Venezuela registró su quinto año consecutivo de recesión económica, con una contracción del PIB que habría superado el 18%. Entre tanto, la microeconomía fue de mal en peor. Con la espalda contra la pared, el gobierno de Maduro denuncia una “guerra económica” fomentada por el capital privado, nacional e internacional –del que nadie duda de que no siente ni ternura ni admiración por Caracas–.

Señalar a un culpable puede dar un sentido político a las dificultades, pero ¿ayuda a resolverlas? La realidad indicaría que no.

Fuente: El Diario de Madryn.

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