¿Está muriendo «La Grieta»?
En la Argentina los modelos políticos de organización suelen durar mucho más de lo que deberían, como si en un país de alma anarquista como la Argentina nadie quisiese abandonar un principio organizativo o “fórmula” de gobierno que alguna vez resultó útil….
[Lo que sigue es un resumen de la nota publicada por Pablo Touzón en Panamá Revista con el título «Hasta que explote». La nota completa, acá.]
Modelos eternos
… pasó con la Convertibilidad, que de política económica anti inflacionaria de emergencia pasó a convertirse en la piedra basal de la gobernabilidad argentina, el Credo que toda la clase política debía necesariamente recitar. Y está pasando con el modelo político de la Grieta, el principio organizativo de la política nacional desde, al menos, el Conflicto con el campo de 2008.
Esta autonomía tiene un efecto paradojal: hace más “libres” a sus ejecutores durante un tiempo (libres de rendición de cuentas frente a otros poderes, libres de controles y mediaciones), pero los hace más frágiles y disfuncionales sobre el final.
Es por esto que los procesos políticos argentinos suelen terminar por implosión y derrumbe desde adentro, más que por la construcción de alternativas políticas desde afuera. Y algo de todo este empieza a suceder en la Argentina de 2019: El resquebrajamiento interno del modelo político de la Grieta.
Este modelo tiene algunas características centrales. En primer lugar, se mostró extraordinariamente eficaz en ganar elecciones (para el PRO) pero muy ineficaz a la hora de gobernar.
A mayor suceso de la Grieta, mayor derrumbe de los indicadores económicos y sociales de la Argentina: estamos ante la década perdida de la Grieta.
En esta forma de gobierno es natural que siempre se impongan los “gurkas”, de las Elisa Carrió y de los Anibal Fernández. Siempre, todos, “profundizan el modelo”: Un “morir con la nuestra” que evidencia más mezquindad, miedo y falta de creatividad política que verdaderas convicciones profundas.
También gana siempre “el Palacio”, la cercanía con el Presidente y su oreja y los resortes principales del único partido argentino, el Partido del Estado Nacional.
Esto sucede así incluso contra la lógica de lo que debería ser el peso especifico propio de cada sector: esto explica hoy las sucesivas victorias de Marcos Peña y Durán Barba contra María Eugenia Vidal y Horacio Rodriguez Larreta, y ayer las de La Cámpora contra la “liga de gobernadores” entera.
Este cuadro se completa con la importancia de los vínculos familiares y de la sangre azul: la política argentina contemporánea, sin partidos ni organizaciones sólidas, una versión sin épica de Games Of Thrones,que en lugar de Lannisters y Starks tiene Kirchners y Macris.
Un modelo que reproduce formas cortesanas de la política, y que consolida de manera sistemática el triunfo de los consumidores de poder por sobre el de los productores.
Temblor del mundo, terremoto en el modelo
La “Tormenta” del ’18, la brutal recesión y el acuerdo con el Fondo dinamitaron las precarias bases materiales de este modelo, consistente en un “siga-siga” atado con alambre y deuda de todas las inconsistencias de la macroeconomía argentina, al que el PRO denominó “gradualismo”.
El telón cayó de golpe, en una Argentina sobreexpuesta al mundo por obra y fruto de la política oficialista; el resultado político fue la profundización de la crisis interna de Cambiemos y la reactivación relativa de la figura de Cristina Fernández de Kirchner, cuya posible candidatura comenzó a funcionar una vez más como centro gravitatorio principal del peronismo.
Sin embargo, algo huele mal en Dinamarca. La Grieta ya no enamora ni prende, más bien asusta y angustia; no solo a los argentinos de a pie, sino a todos aquellos que invirtieron o invertirán sus dólares en este país.
Esta demanda de cambio empieza en principio a procesarse dentro del mismo esquema oficialista, con la crisis de Cambiemos en las provincias, el cierre de la “finita” mesa política armada al calor del dólar y la exploración del ala política de la coalición del Plan V de sustitución de la candidatura a la presidencia de Mauricio Macri por la de María Eugenia Vidal.
Es significativo que no haya ninguna pista de cómo seria ( y quienes actuarían en ella) la cuarta temporada del kirchnerismo. Si la primera fue la de la transversalidad y la concertación plural, la segunda la de la peronización forzosa por el conflicto con el campo, y la tercera la de la camporización, hoy no se sabe con que ingredientes se preparia el guiso del kirchnerismo del futuro. La política argentina se ha vuelto punk: No Future es su divisa.
El Hombre de Gris
Una sola novedad política perturbó el freezer del modelo: la posibilidad de la candidatura a Presidente del ex ministro de economía de Duhalde y Kirchner, Roberto Lavagna. Lo que surgió como una mera especulación o globo de ensayo empezó a impregnar y caló: tiene cierta lógica, dada la caída en la obsolescencia política de Sergio Massa.
El dirigente bonaerense supo armar una digna oposición al modelo de la Grieta hasta el 22% de aquel lejano 2015, en tándem con uno de los hombres más inteligentes del peronismo, el fallecido José Manuel de la Sota. De ahí en más, su figura comenzó a encogerse producto del tacticismo hardcore, la astucia de corto plazo y la dificultad de representar algo más que a si mismo.
Podria decirse que la protocandidatura de Lavagna nace de la crisis del peronismo. De ese vacío. En declaraciones privadas y públicas el ex ministro sostuvo su voluntad de no participar de la interna del peronismo, lo cual fue interpretado por alguno de sus miembros como un ejercicio de soberbia o altanería.
En realidad, la estrategia parece responder más al objetivo de no quedar atrapado ni en la interna siempre loser del peronismo federal (bajo cualquiera de sus denominaciones) ni en los limites políticos de ese electorado. Lavagna necesita ese voto pero a la vez tiene que trascenderlo: su apuesta es catch-all, poder convocar a votantes radicales, cambiemistas desencantados, socialistas y progresistas sin referencias nacionales, peronistas e incluso a kirchneristas que apuesten a otra fórmula para hacer realidad sus deseos.
La virtud a priori de esta intención política es que vuelve a unir lo que el modelo de la Grieta separó: la forma de ganar elecciones y la forma de gobernar. Se trataría de construir una transición del modelo político de la Grieta al que vendrá, en una suerte de esquema “parlamentario” de acuerdo entre partidos, similar al practicado por Duhalde y Alfonsín en aquel 2002 de la salida de la Convertibilidad.
La edad avanzada del candidato haría creíble la idea de un mandato de un solo término, y por ende de la transición como tal. Para completar, la filiación anfibia en términos partidarios del economista (¿Qué es Lavagna? ¿Es peronista, es radical?) facilitaría construir alrededor de su figura consensos que hoy son literalmente imposibles de construir sobre Macri o sobre Cristina, presidencias ambas que pondrían en estado de pie de guerra a una amplia mayoría de los argentinos al día siguiente mismo de su elección.
Como modelo supone que muchas de las condiciones políticas de aquel momento son reproducibles hoy, y puede no ser el caso. Este es el argumento central de Marcos Peña, algo nihilista: hoy no es posible ninguna “Moncloa” porque nadie representa nada. Si termina existiendo, el lavagnismo tendrá un lema de campaña gramsciano: “Pesimismo de la Inteligencia, Optimismo de la Voluntad”.