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La vuelta de José Grazzini

Por Santiago Costa

La designación de José Grazzini como ministro de Educación mostró las limitaciones políticas del gobierno.

El proceso

Luego de siete días con el ministerio de Educación vacante, el gobernador designó finalmente a José Grazzini, que estuvo apenas ocho meses fuera del gabinete. El ex ministro de Gobierno renunció en diciembre tras el fracaso del proyecto de zonificación minera y la quema de Casa de Gobierno.

La renuncia de Florencia Perata, luego de la intoxicación con monóxido de carbono de alumnos por una conexión irregular de gas en El Maitén, inició un proceso sucesorio insólito. La negativa del actual Secretario de Hacienda de Rawson, Martín Sterner al cargo tuvo una lógica de hierro: es preferible seguir en una gestión exitosa que embarcarse en una apuesta incierta.

Valeria Saunders puso como condición para asumir que las obras escolares corran por cuenta exclusiva del ministerio de Infraestructura. Quería abocarse exclusivamente a lo pedagógico. Su negativa a asumir por no haber sido «garantizadas las condiciones mínimas”, dice mucho.

La vuelta de José Grazzini con un cargo menor al gabinete se explica un poco por la abstinencia de poder que cualquier hombre público sufre cuando enmudece su teléfono y también porque no se retiró a un puesto seguro en el ámbito público ni en el privado.

Pros y contras

Grazzini tiene para ofrecer su buena relación con la mayoría de los sindicatos (incluso ATE lo considera propio), con los que cerró las paritarias en 2021. Extraño o no, ese es el perfil que algunos sindicatos pedían.

Hace días el nuevo titular de Sitraed, Guillermo Spina, declaró en Radio Chubut: “considero que todo ministro, no solo el de Educación, el rol es político. Puede “no ser del palo” pero sí tener un cuerpo técnico que lo sea, sus cuerpos de asesores y líneas intermedias que son quienes manejan la cuestión técnica y práctica».

La «muñeca» para negociar paritarias o la espalda política para soportar conflictos sindicales es un activo de Grazzini. Por no hay que perder de vista una cosa: Florencia Perata no se fue por una crisis salarial (como sí se fueron Di Bella o Casutti en su momento), sino por un caso de negligencia en una conexión de gas.

Grazzini declaró «tenemos que romper la inercia de discutir solo salario» y empezar a discutir una política pública de educación». Y le respondió a quienes dicen que no sabe nada de educación, recordando su pasado de dirigente estudiantil secundario y universitario, aunque el perfil biográfico de un portal omitió que nunca se recibió de abogado, un detalle bastante oportuno.

La idea de que un político puede conducir cualquier ministerio, si tiene un buen equipo técnico, tiene sus limitaciones, porque llevado al se extremo, cae en la figura del «ministro comodín» que podría ser ministro de cualquier ministerio.

Interna en el gabinete

Grazzini también dijo en Fm El Chubut que quiere «cambiar la modalidad de la paritaria, que se haga en el Ministerio y con todos los sectores sentados en la mesa”. Eso inevitablemente traerá choques con el ministro de Economía Oscar Antonena, que tiene la lapicera y establece el marco de las negociaciones («hasta dónde se puede»). Grazzini tendrá a cargo el ministerio con más empleados, casi el 50% del personal estatal provincial.

También puede haber roces con el actual ministro de Gobierno, Cristian Ayala (su ex subordinado). Grazzini vuelve a un cargo de menor poder del que se fue (al menos en términos institucionales) y puede haber una guerra de egos.

Vetos cruzados, avales y silencios

En términos políticos la orfandad de Mariano Arcioni, en este largo y tortuoso casting para conseguir un ministro de Educación, revela una cantera vacía. Incluso en otros momentos y otras áreas, el gobernador hizo gala de ubicar gente de carrera en un puesto que además es político.

Previsiblemente, el senador Carlos Linares criticó la designación y le pidió al gobernador que «no improvise».

Sorpresivamente, el senador Nacho Torres le dio un voto de confianza a Grazzini y respaldó el nombramiento.

Pero a la falta de recursos propios se sumó la nula colaboración de sus aliados políticos. El Frente de Todos que en los papeles ya es de todos hace un año, no deja de ser un armado pre electoral.

Sea porque el gobernador no lo pidió, o porque a ellos no les nació, ni Ricardo Sastre ni Juan Pablo Luque fueron parte de la solución ni le aportaron gente propia que pudiera sacar al gobernador del apuro y mostrar volumen político, una alianza que funciona.

Luque y Sastre ya están jugados a ser la «continuidad superadora» (porque no son oposición) de un Mariano Arcioni que se autopercibe terminando su gestión en los mejores términos y adoptó el registro discursivo de un «estadista».

Pero en este presente «exitoso» de su gobierno, nadie quiso ser su ministro de Educación. Salvo Grazzini, que está para todo.

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